sábado, 14 de noviembre de 2009

Radicales avanzan y el Estado Afgano se debilita

Las potencias occidentales y la ONU ven como un mal menor la proclamación de Hamid Karzai como presidente de Afganistán por otros cinco años, tras la misteriosa retirada de su rival Abdulá Abdulá durante la segunda vuelta de las elecciones. La preocupación de Occidente se limitaba a que se llevarán a cabo elecciones limpias, o al menos eso aparentaran, y que gran parte del pueblo afgano participara.

Sin embargo, solo fuimos testigos de una bonita farsa de la política afgana que solamente amplía y profundiza la crisis del país en Guerra. Una pesadilla para Karl Popper y todo racionalista crítico que promueva la fortaleza de las instituciones democráticas.

Hamid Karzai se encuentra actualmente desprestigiado, quien además de tener que lidiar con una oposición liderada por Abdulá, también tendrá inmensos desafíos políticos que le permitan conservar el poder y el relativo control en Afganistán. Sin embargo, los norteamericanos comienzan a abrir los ojos y lo perciben como un jefe de Gobierno corrupto e incompetente. Aunque no hay que olvidar que Washington junto con sus aliados occidentales prepararon a Karzai y lo impusieron al frente de las oficinas en Kabul desde finales del 2001.

Tampoco se debe caer en una amnesia histórica y perder de vista las estrategias ejecutadas por Hamid Karzai, con el objetivo de ganar las elecciones y conservar el poder afgano. Como el acuerdo alcanzado con Abdul Rachid Dostum, sanguinario señor de la guerra que se encuentra exiliado en Turquía. Con esta acción Karzai ganó gran parte de los votos uzbekos. Por otro lado, con la intención de asegurar la decisión de la comunidad hazara, un 9 por ciento de la población total, promulgó una ley que permite que los maridos priven de alimentos a sus mujeres si se niegan a darles satisfacción sexual. Sin contar los lazos que aún sostiene con su hermano Ahmed Wali Karzai, que según los oficiales americanos, juega un importante rol en el tráfico de opio (Afganistán es el principal productor de opio a nivel mundial. Y al menos un tercio de su PIB depende del tráfico del narcótico).

Los únicos beneficiados del proceso “democrático” han sido los talibanes y Al Qaeda. Así, a los ojos de los fanáticos islamistas que van incrementando de manera progresiva su control sobre Afganistán, y de sus numerosos seguidores, significa simplemente que el proceso democrático contra el que combaten está herido de muerte en su país.

Por su lado, la Casa Blanca junto con sus aliados de la OTAN están perdiendo la guerra. Porque pierde quien no gana y dispone de los medios militares, políticos y económicos para vencer.

¿Enviar más tropas? Se pregunta Barack Obama, quien copió la receta de su general más brillante, David Petraeus. Al general americano le funcionaron los 30 mil soldados extra llegados a Irak en febrero de 2007. Con los que se concentró sobre todo Bagad, pues no debe pasarse por alto que las guerras contrainsurgentes modernas se ganan en los matices y no tanto en el campo de batalla. Es más importante conquistar la percepción del pueblo que eliminar grandes números del enemigo. Es simple, si la gente percibe más seguridad, habrá más seguridad; si percibe que la insurgencia pierde, la insurgencia puede ser derrotada. Aunque esto es una estrategia a muy corto plazo.

Sin embargo, en Afganistán no existe una insurgencia suní que compararse, así como tampoco un Estado ni memoria de él, sólo grupos tribales que conviven en un mismo territorio sumido en una guerra civil desde hace más de 30 años. En esta región, tiene más peso la tradición que la ley.

Incrementar las tropas americanas sólo aumentará el número de bajas estadounidenses. Ya el primer aumento de tropas ordenado por Obama fue un total fracaso. Cautela y prudencia ahora son las rectoras en las decisiones dentro de la Sala Oval. Posiblemente se envíen más soldados cuando se tenga listo un plan concreto. El problema es que no hay un buen plan, y no hay indicios de que llegue en un futuro próximo.

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